jueves, 20 de septiembre de 2012

sábado, 15 de septiembre de 2012

Software libre

Nombre del software:Comics20
URL del tutorial:http://www.calameo.com/link?id=13344559
Descripción breve del software para su uso en el aula:
Como profesora de literatura, la posibilidad de trasponer textos leídos al formato de comic o crearlos en su totalidad es muy interesante, y poder hacerlo con tics quita la barrera de la dificultad de la expresión plástica. También puede usarse como síntesis de contenidos o para preparar una exposición.
El programa es fácil y versátil y la secuencia de tutoriales muy clara. La posibilidad de enviarlo por correo desde allí, permite luego guardarlo o subirlo donde  quieras.
Comentarios/Sugerencias:
Creativo, divertido.  Ofrece múltiples posibilidades, trabajar temas trasversales o que integren materias: prevensión de enfermedades, contaminación, acoso, etc.

lunes, 27 de agosto de 2012

... buscar nuevas formas de aprendizaje...


Comenté en el blog de Valeria  http://valeducafematic.wordpress.com  porque me ganó de mano y tituló con la imagen que yo también hubiera extraído.
La idea de transformación, de cambios de paradigma del aprendizaje y del rol docente es central en el modelo 1 a 1. Es necesario un cambio de mentalidad en instituciones, docentes y alumnos. Se dan las condiciones para que la democratización de saberes sea un hecho en mediano plazo.

domingo, 12 de agosto de 2012

Relaciones vía internet en la literatura


Las segregadas en Facebook  POR SEBASTIAN ROBLES
–Ay, es encantadora Osobuco –escribió Dientes de Arado en el chat.
–¿Viste? –respondió la Barracuda–. Y tan vital. Tenía una mala imagen de ella, pero es lo que decimos siempre: te etiquetan con el apodo.
Ambas coincidieron en elogiar la iniciativa de la Manca, que las había reunido dos años antes a través del grupo de Facebook de las segregadas. Llegaba el mensaje de invitación al grupo con la foto de perfil de la Manca donde se veía en primer plano, sin ningún intento de ocultamiento, el brazo atrofiado que le había valido el apodo, con cinco dedos minúsculos y unidos entre sí por una delgada membrana poblada de finas venas azules. Las únicas que se sumaron fueron Pico de Loro y Pelo de Concha, que captaron rápido la ironía. Un día la Manca se largó y mandó la primera actualización de estado importante: “Las otras también tenían vidas de mierda, pero se sentían mejor si sabían que nos tenían abajo. Y los varones, que piensan con lo que ya sabemos, para darles el gusto, nos ponían los apodos. Llegó el momento de darnos cuenta de cómo eran las cosas. A los y las que se burlaban, nos señalaban con el dedo, no les fue mejor en la vida que a nosotras.” La cosa podría haber terminado en un chismorreo estimulante pero improductivo, hasta que decidió dar un paso más adelante. Publicó en su perfil una foto como de prontuario, sosteniendo –con sus dedos atrofiados– un cartelito donde había escrito su apodo.
–Yo no me animaría –comentó el Tero–, pero te felicito.
La segunda fue el Matambre. El contraste entre el apodo y su realidad actual saltaba a la vista. Al pie de su foto de perfil, le dejó un comentario Daniel Schaffer, que era uno de los chicos populares y deseados durante el secundario. Decía: “Ey, qué linda estás :)”.
Cuando está bien vendida, es decir, cuando se dan muestras de que uno se repuso a ella, la adolescencia conflictiva es un punto a favor. Esto corría para todas, excepto para la Manca. Su brazo mutante, que ella exhibía con orgullo, no estimulaba a nadie. Más bien al contrario: generaba rechazo. Muchas lo percibían, pero ninguna se animaba a decírselo. Hasta que llegó Osobuco.
Los varones le habían puesto ese apodo porque decían que era carne barata. En la actualidad vivía en el Tigre con un marido publicista, pintaba cuadros que exponía en galerías de arte, le gustaba la fotografía y tenía una hija. Subía al muro poemas vitalistas que hablaban de cómo hay que disfrutar cada instante. Cuando la integraron a la cadena de mails, felicitó a todas por el grupo que habían formado.
–Están llenas de vida –escribió.
Y se sacó una foto en blanco y negro con el cartelito del apodo a la altura del pecho, igual que las demás. A sus pies había una cacerola de puchero. En la mano libre llevaba un pedazo de osobuco crudo. Tenía un pañuelo floreado en la cabeza. Como a todas les encantó la foto, se ofreció a hacerles retratos alegóricos a las integrantes del grupo.
La primera fue el Pacú. Se juntaron en el río una tarde y Osobuco le hizo diferentes tomas sosteniendo el cartelito afuera del agua. El éxito en “Me gusta” y comentarios elogiosos fue inmediato.
Viajó un fin de semana a Mar del Plata con la Barracuda y se juntó una mañana con el Matambre en el mercado de Liniers. Podría haber terminado más rápido, de no ser porque algunas veces desaparecía por semanas, sin avisar.
–Lógico –razonaba la Enana de Jardín–, ella también tiene su vida. Hay que respetarla.
Al final sólo faltaba el retrato de la Manca. Osobuco le mandó un mail: “No puede ser que la fundadora de este grupo no tenga un retrato como corresponde”.
La Manca tardó en responder. Al final dijo que sí. Quedaron en encontrarse el sábado, en su casa. Osobuco llegó tarde. Su palidez se veía acentuada por el pañuelo que llevaba en la cabeza, como en sus fotos de perfil. La Manca la esperaba con mate y facturas. Recordaba a Osobuco como una chica vivaz, conversadora, y esa era la impresión que dejaba también con sus posteos en el muro, a los que se sumaba un misticismo que estaba ausente en su adolescencia, y que la Manca consideraba una cosecha de los años que habían transcurrido desde que terminó el secundario. La persona que tenía en frente, sin embargo, parecía frágil y enfermiza. Hablaba poco y sonreía de compromiso, de vez en cuando, como si le resultara un terrible esfuerzo hacerlo.
–¿Estás bien? –le preguntó después de un rato.
Osobuco asintió. Tragaba saliva.
–Vamos a sacar las fotos –dijo.
Decidieron hacerlas en el dormitorio de la Manca, que se había comprado un conjunto de ropa interior con encajes y transparencias para la ocasión. Osobuco le delineó los ojos de negro. La Manca posó en la cama como una modelo de lencería erótica. Se acostaba boca arriba, boca abajo, ensayaba expresiones con los labios. La única constante era el cartel con su apodo, que sostenía bien a la vista, con su mano atrofiada. Osobuco sacaba una foto detrás de otra. Parecía haberle vuelto el alma al cuerpo.
–Ponete el brazo atrás de la espalda –le dijo a la Manca.
–¿Cómo?
–El brazo… escondelo. Queda feo. A veces no hay que mostrar todo.
A la Manca se le aparecieron mil insultos por la cabeza. Se imaginó expulsándola del grupo, iniciando una cruzada en las redes en su contra. Osobuco le sostenía la mirada. Tensa, pero con autoridad, como si no se arrepintiera de sus palabras. “Ocultate, escondete”, había dicho. Como le decían los adultos cuando era chica.
“¿Por qué dijo eso?”, se preguntó la Manca. Y estuvo a punto de protestar en voz alta, cuando sospechó que no había cabello debajo del pañuelo que le cubría la cabeza. Fue como verla por primera vez. Su palidez, su aspecto endeble, el misticismo… todo cerraba. Osobuco tosió.
La Manca retrocedió en la cama, sobre las frazadas arrugadas, y cubrió su brazo atrofiado con una almohada.
–¿Así está bien?– le preguntó.

El amor a través de una ventana de chat  POR IOSI HAVILIO

El invierno me agarró solo y tapado de nieve. Tres meses oscurísimos comiendo latas, tomando vodka, matándome en Internet. Con el primer sol salí al mundo. Bajé al pueblito a pie y encaré sin vueltas para la estación. Todo el camino me acompañó un fuerte olor a polen. Fresco y pegajoso, con su estela dorada flotando en el aire. Las pocas personas que me crucé no me reconocieron.
La barba y la ausencia me habían fabricado una nueva identidad. En la ventanilla del Expreso Patagónico compré un pasaje a la ciudad para esa misma tarde. Antes de subir al tren me llené los bolsillos de golosinas. Salimos con la última luz del día. Las montañas y las rocas dieron paso a la estepa polvorienta, la estepa a la llanura, la llanura a la depresión.
No bien puse un pie en tierra, entré en un locutorio y llamé a La China. Me atendió la madre, seca y suspicaz. No sé cuánto tiempo habré estado con el aparato en la mano. A punto de cortar, escuché una voz finísima y quebradiza.
Un Hola que se rompía. De cristal.  Respiré hondo y dije: Estoy en la ciudad. La China no se sorprendió: Sabía que eras vos. Me dejó mudo. Propuso que nos encontráramos en un maxikiosco. Al lado de la muni, dijo y cortó. 
Nos habíamos conocido por chat. Desde el comienzo me pareció una chica misteriosa. De hecho, a pesar de mi insistencia, nunca me reveló su nombre verdadero. Para mí siempre fue La China.
Nos entendimos rápido y se nos hizo un hábito conectarnos cada noche, a veces hasta la madrugada. En su perfil había un pájaro azul que cambiaba de expresión según el día. Triste, alegre, malhumorado, de acuerdo a su estado de ánimo. Conversábamos de todo un poco y de nada en particular.
Me contaba de sus clases de cerámica, de su novio karateca, de la tía moribunda, de sus rollos con el padre. Prefecto o gendarme. Decía que había dos Chinas, la real y la imaginaria. Yo me abrí desde el vamos, le mandé mi mejor foto y le hablé con sinceridad. Ultimamente me dedicaba unos extraños collages con mujeres sin cabeza, desnudas o en bikini. Decapitadas a mano. Nunca un retrato suyo.
La municipalidad quedaba a la vuelta de la estación. Me instalé en un banco de la vereda de enfrente con la idea de reconocerla sin que me viese. Pero enseguida me sentí un cobarde. Crucé.
En los jardines de la ciudad una tropa de trabajadores plantaba flores anaranjadas de tallos larguísimos. El maxikiosco se llamaba Gabriel.
Estaba atendido por una mujer de pelo largo y canoso que sintonizaba una radio a perilla. Tenía ojeras muy marcadas y la frente llena de arrugas. En cambio su sonrisa era franca y sus labios lisos. Como si su cara mostrara dos edades a la vez. Vieja de la nariz para arriba, joven de la nariz para abajo. Nos saludamos con un cabeceo.
Le pedí un café y un sándwich primavera.
Estaba verdaderamente hambriento. La mujer sonrió y me señaló un pasillo que llevaba a un patio techado que hacía las veces de bar. En una de las mesas, la única ocupada, había tres tipos uniformados: trajes raídos y sweaters escote en V.
Uno de ellos, los ojos de búho, alto y desgarbado, hablaba sin parar entre la rabia y el fervor. Los otros dos lo escuchaban mientras bebían y comían maní. La bronca era compartida. Todo indicaba problemas de convivencia. Bajé la vista y me fijé que al pie de la mesa cada uno tenía una torre de tapers atados con hilo.
Un poco más allá, contra la pared, camuflados entre una maraña de cables, había varios monitores en desuso con las pantallas para abajo. La mujer me sirvió el café y el sándwich que devoré con ganas.
Cuando vi aparecer a La China no tuve dudas. Flaca, chiquita y rara. Exactamente como me la imaginaba. Bella a su modo. Levanté una mano para hacerle una seña. Ella hizo un gesto como diciendo No hace falta. Nos saludamos sin beso, medio toscos, nunca antes había visto cejas tan tupidas. Te hacía distinto, fue lo primero que me dijo. ¿Distinto? No sé, menos viejo. Me reí. Siguió un silencio largo, ninguno de los dos se animaba a nada. Se me atropellaban las palabras. Por fin nos vemos, dije al fin y ella: Te traje algo. Sacó de su mochila un paquete envuelto en papel de diario. Era uno de sus ceniceros de cerámica. Al tacto, frío, nacarado y poroso. Pensé que La China se parecía mucho a esta textura brillante y torturada. Ella interceptó mi pensamiento clavándome la mirada: Te imaginaba distinto.
En la mesa de atrás, ahora el de los ojos de búho abre la boca ayudándose con los índices como si quisiera mostrar la garganta.
Los otros dos estallan en una carcajada, patean el piso y golpean la mesa. Se ríen de los dientes que le faltan a su compañero. Sos un agujero, le dice uno entre risas. Al otro se le ocurre una genialidad. Agarra un par de pochoclos para que el de ojos de búho se los ponga en lugar de los dientes. Pochoclos postizos.
La distracción dura un segundo, suficiente para que La China se ponga a sangrar. Por la frente, los ojos y la boca. Sangra sin heridas, por unas ranuras que se le abren en la superficie. No sé qué hacer. Estoy por ponerme de pie, ella ve venir el impulso y me frena aprisionándome la mano sobre la mesa. Su piel helada me provoca un escalofrío interminable. Me siento mortificado. Todo esto fue un error desde el comienzo. Lloraría. La China me pide calma. Pasa a veces, dice, no hay que hacer un drama de todo.
Alrededor nuestro nadie se escandaliza. La mujer de dos edades me mira de reojo, cómplice, por encima de una publicidad de cigarrillos. Así es en la vida real, parece querer decirme. Entonces sube el volumen de la radio y los vendedores de tapers se encienden con la música. 
De nada sirve
Escaparse de uno mismo
De nada sirve
Escaparse de uno mismo
No no no


lunes, 6 de agosto de 2012

Historia, Literatura y Artes plásticas



Profesora: Gabriela Miandro (de ambas materias)
Materias: Historia (Argentina del siglo XX) y  Literatura
Ciclo: 3º año de Cens (Último año de Bachillerato de Adultos)
Tema: EL PRIMER PERONISMO 1943-1955
     Objetivos:
-       Conocer el origen y desarrollo de un período histórico crucial en la historia del siglo XX en la argentina
-       Apreciar la literatura y las artes plásticas como manifestación del imaginario  popular.
Observaciones.: 
Los contenidos y actividades  correspondientes a Historia y Literatura serán desarrollados en forma simultánea , paralela e interrelacionada  en cada una de las asignaturas
      Actividades:
1-    Diálogo con los alumnos a partir de sus saberes previos.
2-    Exposición panorámica de la docente
3-    Resolver cuestionario guía sobre origen del peronismo, el 45, las características políticas, económicas y sociales de las presidencias de Juan Domingo Perón y su derrocamiento.
4-    Observen con atención los afiches partidarios del primer peronismo y observe que elementos iconográficos se reiteran en la obra del artista plástico Daniel Santoro.

Webgrafía y videos para historia:


El 45 vídeo Encuentro 



 La economía peronista en vídeo de Encuentro








Literatura: Las representaciones del peronismo en las artes.

Lectura y comentario de:
Casa Tomada de Julio Cortázar

José Pablo Feinman, La metáfora de la casa tomada, en Filosofía aquí y ahora III, Encuentro.

Cabecita Negra  de Germán Rosennacher, en historieta por Solano López

La fiesta del monstruo de Borges y Bioy Casares

  •  Investigar el  origen y significado de la expresión “aluvión zoológico”
  • Discutir  primero en grupos y luego en pleno como lo relacionarían con los textos de Borges y Cortázar leídos.
  • Buscar entre la obra del artista plástico Daniel Santoro, de la colección 2001 en adelante, un cuadro que ilustre a su criterio cada texto y explique su elección


Evita,de evitar de Juan Sasturain

El único privilegiado de Rodrigo Fresan
  • Investigar el destino de Eva Duarte de Perón después de su fallecimiento

Esa Mujer  de Rodolfo Walsh

Buscar entre la obra del artista plástico Daniel Santoro, de la colección 2001 en adelante, un cuadro que ilustre a su criterio cada texto y explique su elección
Daniel-Santoro: obra

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viernes, 22 de junio de 2012

¡Hola! Aquí estoy, pero...
¿Dónde estoy en la ubicuidad del espacio virtual?
Hagámoslo más fácil. Soy Gabriela, docente que está aprendiendo.
¡Aprendamos juntos!

El Cens Nº 80 en Alsina 1825 - Congreso


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